miércoles, 9 de noviembre de 2011

JOYAS DE EVANGELIZACIÓN: PEREGRINOS DEL EVANGELIO III


ID A BUSCAR EN LAS MONTAÑAS…”
Al concluir los diez días de Campaña en Bocas del Toro, descansamos un día, y al siguiente, el Ev. Edgar Sánchez y quien esto escribe, iniciamos un agotador recorrido hacia un lugar de montaña llamado Mamoní, a cinco horas de camino a pie desde Juan Gil de Pacora.
Las cinco horas consisten en subir y bajar una empinada cuesta. Por esas “sendas olvidadas de remotas serranías”, hace más de 45 años, dejaron parte de sus energías, de su sudor y de sus lágrimas esos gigantes de la fe llamados Osvaldo Arrocha, Victoriano Rodríguez, Vicente Pérez (padre) y Porfirio González. Recuerdo haber acompañado a mi padre en algunos de esos viajes, hace 50 años. ¡Qué delicioso es caminar lentamente, paso a paso, con la ropa empapada en sudor, con el corazón latiendo aceleradamente por el gran esfuerzo! Pero a la vez, el profundo silencio del bosque, solo interrumpido por el susurro de la brisa en la arboleda y el trinar de las aves en esos parajes distantes, nos traen a la mente el glorioso pensamiento de que estamos siguiendo las mismas huellas de los grandes santos del ayer, pues somos hoy el relevo generacional.
Allá en Mamoní las personas mayores aún recuerdan a los Gedeonistas de hace varias décadas, sus predicaciones, sus cultos, sus sanidades divinas y guardan un profundo respeto hacia los Soldados de la Cruz, de hoy. Las atenciones de unas 30 familias que hemos visitado son inmejorables. Nos ofrecen frutas y comida completamente gratis y asisten con seriedad y respeto a los cultos.
Esos campesinos laboriosos, amables y con gran concepto de Dios, nos dicen de modo elocuente que “la mies es mucha y los obreros pocos…” ¡Cómo necesitamos allí un pastor de fe abundante, gran prudencia y que tenga un desbordante amor por las almas! Allí, en la serenidad de un lindo valle, colinas ondulantes que reflejan un cielo intensamente azul, el murmullo del río de aguas cristalinas, acicateado por almas sedientas de eternidad, puede encontrarse con Dios al hacer su obra y orar fervientemente a la sombra encantadora de frondosos árboles.
Después de haber estado tres días en contacto con la gente de la montaña, iniciamos el regreso con el corazón lleno de la paz de Dios. Desde lo alto de la cordillera se puede ver todo el caserío, el río que lo atraviesa mansamente y mas allá las altas montañas azules que llenan todo el horizonte. Allí, con el pequeño pueblo a nuestros pies, nos acordamos de Jesús quien viendo la ciudad de Jerusalén lloró sobre ella; pero nosotros elevamos nuestras manos en una oración ferviente: ¡Oh, Dios! Permítenos el gozo inefable de ganar almas para tu reino en este lugar.
Este recorrido se hizo los días 20 – 22 de septiembre de 2011.
Superte. Adolfo Rodríguez.

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